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El “populismo”, entendido como lo hace Enrique Krauze en su último libro “El pueblo soy yo” (2018), es el uso demagógico que un líder carismático hace de la legitimidad democrática para prometer la vuelta de un orden tradicional o el acceso a una utopía posible, y logrado el triunfo, consolidar un poder personal al margen de las leyes, las instituciones y las libertades”. Presidentes populistas los hubo antes (Perón, Evita, Fidel, Chávez) y los hay ahora (Maduro, López Obrador, Trump). En todos los casos, hay ruptura de la institucionalidad y debilitamiento de la división de poderes. El libro de Krauze es sugestivo, aunque no pretende ser un tratado sobre el “populismo”. Deja, sin embargo, suficientes señas de esta forma de poder personal absoluto. Más que un cuadro terminado, es un boceto al que le falta la unidad que hubiese sido de esperar.

“La esencia del populismo –señala Krauze- está en el vínculo directo (hipnótico, mediático) del líder que arenga al “pueblo” contra el “no pueblo” merced a su irrepetible persona, no a su impersonal investidura”. El presidente Vizcarra no necesita de pajaritos que le hablen, le basta el oído para escuchar al pueblo peruano que le pide acabar con la corrupción, pasando por encima de las instituciones políticas corruptas: Legislativo y Judicial/Ministerio Público. Voz filtrada y amplificada por los grandes medios de comunicación. A diferencia de Chávez que se adueñó de la palabra, el presidente cuenta con los “mass media” para levantar o acallar lo que dañe su popularidad. El pueblo pide reformas, todos los demás (oposición, enemigos políticos, partidos políticos, poderes del Estado) serían, desde esta óptica, el “no pueblo”.

Según Krauze, el populismo tiene sus reglas. He aquí algunas de ellas tropicalizadas a nuestro caso: 1) El caudillo nos librará de una vez para siempre de la corrupción, 2) el caudillo enardece a las masas y las convoca para legitimar sus propuestas, 3) el populista desprecia el orden legal y se las amaña para digitalizar el Congreso y la Judicatura, 4) “el populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones y libertades de la democracia, de ahí que se entrometa en la autonomía de los otros poderes del Estado, contrarios a la “voluntad popular”. A nuestro aspirante a caudillo populista, la opinión pública le ha sido favorable; pero, voluble como es, las últimas mediciones ya le dan porcentajes en baja

El populismo, ciertamente, no es una teoría ni una ideología es, simple y llanamente –afirma Krauze- una forma de poder y, como tal, es juego de tronos, golpes estratégicos para conseguir el máximo de control. ¿Quién nos librará de la corrupción? No, precisamente, un líder populista y menos si está tan cuestionado en sus vínculos con la corrupción.

Lima, 21 de febrero de 2019