Hace unos días se realizó un Seminario Internacional, organizado por la Defensoría del Pueblo, cuyos ejes giraron alrededor de la transparencia en la función pública y el problema de la corrupción en nuestro país. Un espacio que nos permitió a todos (ponentes y numeroso público) volver a pensar en el Perú que queremos, transparente a los ojos de todos y limpio de la corrupción que carcome el tejido social. El esfuerzo que se viene haciendo en los últimos años es muy grande y, aunque lo que suele ocupar muchas veces las primeras planas de los medios de comunicación, son los casos de corrupción; son muchos más los casos de buenas prácticas valorativas tanto en el sector público como en el privado. Vaya por delante, por eso, el agradecimiento de la ciudadanía a esta multitud silenciosa, tenaz y valiente, que no se rinde a las seducciones del poder, del dinero o de la fama y permanece fiel en su puesto de servicio.
Señalar los casos de corrupción es conveniente y para eso están las entidades públicas y privadas que custodian el juego limpio en sociedad. Los medios de comunicación tienen un papel privilegiado en esta materia. Como lo escribiera en otro momento, a la prensa no se le puede pedir guantes de seda cuando informa, comenta o critica responsablemente sobre los desatinos de la función pública. El poder brabucón que sólo quiere escuchar lo que suena bien a sus oídos no entiende de prensa libre y ve en toda discrepancia al enemigo que hay que acallar. En el Perú nos hemos ganado a pulso el ejercicio de la libertad de información y de expresión. La prensa parametrada de los años sententa ha sido una mala página de la historia peruana. Esta cultura de la libertad la cuidamos celosamente y pienso que entre nosotros no se podría haber dado el caso ventilado en nuestros vecinos del Norte: el poder ofendido apaga la crítica del diario El Universo. Caso lamentable que ojalá se pueda corregir en las instancias jurídicas que aún quedan abiertas.
¿Cómo acabamos con la corrupción? Un camino, el más recorrido y el más fácil, es pensar y diseñar sistemas operativos que impidan al funcionario (público o privado) incurrir en malas prácticas faltando a sus deberes de oficio. Para este fin se han ideado complejas leyes de penalización de las malas conductas. Ayuda a este propósito todos los sistemas operativos de transparencia: portales de acceso a la información pública, protección de datos, sistemas informáticos que hacen visible los procesos, etc. Ante tanta proliferación de “ojos” pienso, por contraste, en los viejos y ejemplares funcionarios de hace unas pocas décadas, por ejemplo, en el Dr. Domingo García Rada (1912-1994), vocal de la Corte Suprema. Ha sido ejemplo de honorabilidad y desempeño cabal en su función jurisdiccional. No había portales, ni sistemas informáticos para controlarlo. Simplemente era honrado, íntegro, y no es poco.
El otro camino para la transparencia y corrección en el desempeño de la función pública es más largo, más difícil. Ya no se trata de mejorar los modos de hacer (sistemas operativos) sino de mejorar los modos de ser de cada persona. Aquí no me puedo poner en la tribuna, debo bajar al ruedo y en el ruedo –mientras no se nos ocurra prohibir las corridas de toros- el toro tiene astas y cornea. En esta ruta cada uno ha de poner la carne en el asador y esforzarse por ser honesto. Y aquí no hay sistema de control que valga. ¿Cómo se hace para ser puntual, íntegro, amable? ¿Una pastilla, una agenda electrónica, un grupo de terapia? Desde luego, todos estos elementos externos ayudan, pero no son lo decisorio. Aquí la lucha es conmigo mismo, tratando de mejorar mis propias marcas y, mejor, si alrededor mío me encuentro con otros compañeros empeñados en lo mismo. Es lo que Alasdair McIntyre llama comunidades de práctica, es decir, espacios en los todos nos comportamos como maestros y aprendices, viviendo y practicando las mejores prácticas operativas y valorativas del oficio.
La cultura de la desconfianza no tiene más remedio que acudir al control. En cambio, la cultura de la integridad se nutre de la ejemplaridad. Y si hemos de gastar los escasos recursos con los que contamos para mejorar la transparencia y limpieza funcional, apuesto por la integridad en lugar del control, por la libertad en lugar del “gran hermano” que todo lo ve.
Piura, 25 de septiembre de 2011.