En mis primeros pasos de la docencia universitaria, por los años 80, utilizaba el libro de Max Jacob (1876-1944) “Consejos a un joven poeta seguidos de Consejos a un estudiante” (Rialp, 1976) para alguna de las clases del curso “Métodos de estudio”. En aquella oportunidad ponía énfasis en los consejos prácticos, casi como si fueran tips, que podrían ser de utilidad para un universitario en sus inicios de vida universitaria. Después de muchos años, vuelvo sobre el texto y el autor. Una lectura diferente.
Max Jacob fue un artista polifacético, asociado al movimiento cubista. Hizo narrativa, teatro, poesía, pintura. De origen judío, mas no practicante. Bohemio, juerguero, divertido. Cuenta que en el año 1909 tuvo una experiencia mística con Cristo. Empieza a instruirse y se bautiza católico en 1915. Su gran amigo Pablo Picasso fue su padrino. Como regalo recibió “La imitación de Cristo”. En 1921 se retira del mundo y empieza a vivir en el convento de Saint-Benoit-sur-Loire hasta su reclusión en Drancy por su condición de judío, en donde muere de pulmonía. Su conversión no lo hizo santo en vida. Como cualquier fiel la peleó, con sus más y sus menos, continuando con su labor artística. Precisamente estos consejos a un joven poeta datan de junio de 1941.
Los suyos son consejos de madurez para quien está empezando a balbucear poemas, no importa si lo hace a los 15 años, a los 30, 40, 60. Empieza diciendo: “Yo abriría una escuela de vida interior, y escribiría en la puerta: Escuela de arte”. La vida interior es densidad de vida, profundidad, fuego íntimo (conflagración), permeabilidad. Por eso “Un verso lírico es el resultado de una conflagración. Sólo la conflagración le da densidad”. No basta una idea para tener un verso: “lo inexpresable es lo que cuenta”. “Para que dejen de ser meras ideas hay que saber vivirlas a tumba abierta, sentirlas con pasión, con experiencia, transformarlas en sentimientos”.
Estos consejos me llevan a pensar en aquella expresión de la Madre Teresa de Calcuta: hay que amar hasta que duela. Quizá un verso sentido es, también, el que duele, nacido en el crisol de la intimidad. “Si no ha sido herido por el exterior -anota Jacob- o no se ha regocijado con ello hasta el sufrimiento, no tiene vida interior, su poesía es vana”. Personalmente, disfruto de los poemas cocidos en corazones ardientes, allí donde el gozo y el dolor limpian sus impurezas. Es la belleza del oro viejo.
“Tenga por seguro que la boca habla de la abundancia del corazón. Si posee un corazón bello y un bello cerebro, creará belleza. Si no creará fealdad, pues el demonio no crea la belleza”. Un corazón noble y bello hablará de la belleza. Si lo que se tiene es amargura y desilusión, vestirá de amargura, tristeza lo que toca y expresa. La buena pluma del artista conviene que esté avalada por un buen corazón y una mirada abierta al asombro. “El asombro es el candor, y el candor es el camino de todos los descubrimientos”. Candor de niños, no en vano de ellos es el Reino de los Cielos.
Poniendo el parche antes que la llaga, apunta Jacob: “no preste oídos al mal que me atribuyen, de modo que, al oírlo, desatienda mis máximas. Puedo no haber sabido abrir las puertas que le indico. Es posible, pero esas puertas existen fuera de mí y de usted. A usted le corresponde abrirlas mejor de lo que haya podido hacerlo yo”. Los consejos de Jacob son para paladearlos, detenerse en ellos, darles vueltas y volver muchas veces sobre ellos. Hablan de la belleza y la belleza lo habitaba.
Francisco Bobadilla Rodríguez
Lima, 30 de mayo de 2022