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Escribe Pieter van der Meer de Walcheren (1880-1970) que “el mundo moderno, absorbido por completo por el progreso utilitario, está cada día más ajeno al orden espiritual. Empeñado en producir siempre más en el orden material, es incapaz de captar la dignidad de una actividad puramente interior y oculta. E ignora que lo que da al hombre su verdadero valor, es menos lo que hace que lo que es”. Una reflexión escrita hace 90 años en su libro “El paraíso blanco”, una crónica espiritual de la visita que el autor hizo al Monasterio de Valsainte en las montañas suizas en el que experimentó el silencio contemplativo de los monjes cartujos. Un lugar en donde el alma se encuentra con Dios y consigo misma, los sentidos se repliegan y se arroja el ripio que esconde el oro de la vida interior.
El libro está prologado por Jacques Maritain, quien hace una presentación sustanciosa del Pieter van del Meer. Tanto Pieter, holandés de nacimiento, como su esposa Cristina forman parte de esos jóvenes intelectuales que acudieron al consejo de Leon Bloy para ponerle rostro a su nostalgia de trascendencia. Así fue y en 1911 se convirtió al catolicismo. “Pieter –cuenta Maritain- encuentra su puesto y su misión. ¡Nada más sencillo! Ha tomado en serio el bautismo; sabe que el agua por la que Dios pasa, no sólo alcanza la frente del hombre sino al hombre completo, y llega, en su corazón, hasta ese último reducto donde se ocultan cautelosamente el arte y la poesía. Lo ha dado todo, como Dios desea. ¡Nada más sencillo! Pero eso todo lo cambia. También el arte y la poesía deben ser sepultados con Cristo para renacer con Él… ¡Adiós bravatas! ¡Adiós aires de suficiencia, y fuerza del orgullo, adiós estima de la vanguardia o la retaguardia!”.
Tiene tres hijos. Uno de ellos muere en la niñez. Su hijo Pieter Leon se hace monje benedictino. Muere joven, a los 30 años. Su hija, Ana María ingresa más adelante a la Abadía de Nuestra Señora de Oosterhout. La vida y la pluma de Pieter está acrisolada por el fuego del amor y del dolor. Lo que anota de los monjes cartujos, bien se puede decir de Pieter y Cristina: una vida serena y humilde, “inconscientes de su heroísmo, no se buscaban a sí mismos, sino que simplemente prestaban un oído atento a la Palabra de Dios, y dialogaban en voz queda con su Angel Guardián”. ¿Con quién dialogar sino en esos tramos duros de la existencia? Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo fue para la pareja una vivencia cercana. Pieter continúa con su trabajo intelectual: funda revistas, escribe libros y pronto se convierte en el centro de referencia de la juventud holandesa.
A propósito de los monjes cartujos, Pieter anota: “Toda vida es misteriosa en su origen y su realización. La vida contemplativa es la más profunda de todas, la más verdadera. Y por eso mismo es también la más secreta y la más inexplicable. Demasiado simple, demasiado espiritual para que puedan expresarla por completo las palabras humanas”. La intimidad humana es, desde luego, un misterio. Sin la asistencia del Espíritu Santo, la oración personal quedaría reducida a simple examen introspectivo. En cambio, “en un alma asimilada a Cristo, el Padre encuentra a su Hijo bienamado, a su Hijo que vive en todos los miembros de su Cuerpo Místico. Se ha alcanzado el último término y la expresión más profunda de lo que constituye nuestra vida, dejar que Dios se reconozca y se complazca en nosotros”.
Qué bien nos hace encontrarnos con esas “almas elevadas y serenas que tienen en sí mismas el equilibrio, como un día luminoso, y conocen la verdadera paz. Su sosegado corazón recibe y contiene todos los sufrimientos y martirios de sus hermanos. El abismo de la luz es su morada”. Son portadoras de serenidad y alegría porque se han forjado en las llamas del amor y del dolor, no porque la vida les resulte fácil. Las mujeres y hombres de Dios saben de Tabor y de Calvario porque van tras las huellas del Señor.
Francisco Bobadilla Rodríguez
Lima, 28 de julio de 2020.