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Tomás Moro (1478-1535) es uno de los políticos más fascinantes de todos los tiempos. Abogado, humanista de los grandes, codo a codo con Erasmo, Luis Vives. Llegó a ser Lord Canciller de Inglaterra durante el reinado de Enrique VIII. En 1516 escribe el libro “Utopía”, un clásico de la ciencia política hasta nuestros días. Desde entonces, utilizamos la expresión “utopía” para referirnos a los proyectos políticos y sociales que son irreales, ilusorios e, incluso dañinos, si se los intentara realizar.
La “Utopía” de Moro es una fábula política que nunca pretendió hacerse realidad. En ese reino no hay propiedad privada, todas las casas son iguales, no hay afán de lucro ni diferencias económicas o religiosas, sus costumbres son semejantes, todos trabajan y tienen una clara vocación humanista y hay espacio para el contacto con la naturaleza a través del trabajo agrícola. Un paraíso al que se suma la alta exigencia moral que se espera de su príncipe.
Moro sabía muy bien que Inglaterra y sus súbditos en nada se parecían a Utopía y, sin embargo, no renunció a su trabajo como juez y a su actividad política en la magistratura más alta de su época. Como juez conocía las pequeñas y grandes debilidades de los seres humanos y, como político tocó todas las intrigas internas e internacionales del muy movido siglo XVI: el conflictivo matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón, la reforma protestante iniciada por Lutero.
Moro renuncia al cargo de Canciller, no por discrepancias de políticas económicas o corrupción de funcionarios, sino por razones de conciencia: se negó a admitir como válido el segundo matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena y no aceptó la supremacía del monarca sobre la iglesia anglicana. Su conciencia estuvo por encima de las “razones de Estado” y, hasta el final, no dejó de ser un súbdito leal de la corona y un buen hijo de la Iglesia católica, aunque la integridad moral le costara la vida: prisionero en la Torre y decapitado, después.
No pretendo que la actividad política termine en martirio, me bastaría ver una mayor coherencia en nuestros políticos. Esperemos que en el 2017 nos curemos, en parte, del déficit de virtudes morales que nos deja el año que termina.
Lima, 29 de diciembre de 2016.