Me encantan las fiestas y, entre otras cosas, he vivido muchas fiestas patronales con gran algarabía: Carnavales y San Juan en Cutervo y Chota, San Martín de Tours en Reque, San Joaquín y Santa Ana en La Succha. El Patrón del pueblo venía acompañado de por lo menos una semana de festejos: restaurantes y juegos de feria, potajes variados, romances, bailes y devoción. Una celebración en donde cuerpo y espíritu participan y, no en pocas ocasiones, los excesos le pasan factura al cuerpo. Así suelen ser las celebraciones.
La Navidad es una gran fiesta, en donde el Cielo no sólo besa la Tierra, sino en la que el Verbo de Dios se hace carne y nace en Belén para deleite de la gente de buena voluntad. Colocamos el Nacimiento e intentamos ponerle gracia a su presentación. La imaginación vuela y, ni lo anacronismos que suelen darse en los Nacimientos, le quitan el aire festivo a la fecha y a su representación. Vienen los regalos, los amigos secretos y tantas otras costumbres. Hay posibilidades para todos los gustos. Es tiempo de fiesta y la llevamos a quienes no están en condiciones de disfrutarla a través de esas variadísimas iniciativas de voluntariado cristiano con las que intentamos llevar alegría y compañía.
Veinte siglos largos del mandato divino de “amarnos los unos a los otros” y “de perdonar al enemigo”. Hemos avanzado y queda tanto por hacer, no solo en el escenario social, sino en el hondo de cada corazón, el mío para empezar. Un misterio el de la presencia de Dios entre los hombres e igual de inexplicable el misterio de la libertad humana. A la terquedad de algunas aldeas que no querían acoger la Buena Nueva, dos de sus discípulos le dicen al Señor: “¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” No, es su respuesta. Ése no es el camino del Señor, Él ha venido para que todos se salven, no para carbonizar a los disidentes. Justos e injustos, generosos y egoístas, todos caben en el portal de Belén. A todos se nos abre una nueva oportunidad de conversión. La sencillez del establo nos recuerda que limpios de polvo y paja no estamos. Mucha es la paciencia de Dios para hacerse un espacio en el corazón de sus hijos. Bastante de esa paciencia necesitan los reformadores sociales para moderar el fuego que llevan en el volcán de su corazón.
Vuelvo a la Navidad. Sí, me encanta su materialidad y su espíritu, vivirla con todas sus luces, tarjetas, adornos, villancicos, regalitos. Hace bien la Iglesia en dedicarle al acontecimiento un tiempo litúrgico propio de varias semanas festivas. Adelante con la cuarta velita de la Corona de Adviento.
Francisco Bobadilla Rodríguez
Lima, 19 de diciembre de 2021