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Cuando se es chico o adolescente cada inicio de año, trae novedad. Si equiparamos la biografía personal a una suerte de buena tela o cerámica de calidad, los jóvenes de ordinario llegan al nuevo año con apenas algunas raspaduras. Los que ya peinamos canas, no sólo tenemos los achaques de la edad, sino que además –siguiendo con el símil- la tela llega al nuevo año con menos color y más parches. Las novelas que podrían escribirse con estas historias, sazonadas de momentos estelares y desgarrones del alma, no son del género de la novela rosa, porque no siempre hubo perdiz en la mesa, por decir lo menos. Estas historias de vidas añejas son las que me llaman más la atención, porque -mirada bien las cosas- con los soldados cansados y heridos también se pueden ganar los combates de la vida. Sigue leyendo