Me ha tomado mi tiempo leer el libro de Nicola Gardini, “¡Viva el latín! Historias y belleza de una lengua inútil” (Crítica, 2017). Página a página aparecen fragmentos de Cicerón, Séneca, Virgilio, Horacio, Lucrecio, San Agustín… Es un libro escrito por un latinista. Quien ya está familiarizado con el latín lo disfrutará mucho. No es mi caso, soy un “entusiasta” del latín, no un conocedor. Mi encuentro con el latín fue hacia los 19 años. Descubrí las oraciones cristianas y las fui memorizando una a una: Ave Maria, Pater noster, Gloria, Credo. Al poco tiempo me encontré con el canto gregoriano: partitura en mano, un poco de buen oído, memoria y a cantar. La Misa en latín fue, probablemente, mi mejor escuela y hasta la fecha intento leer las Sagradas Escrituras en latín/español. Luego vinieron las clases de latín, lo básico (declinar sustantivos y adjetivos, conjugar verbos…). Encontrarme con el libro de Gardini ha sido volver a reanimar mi cariño por el latín.
En “De bello gallico”, Julio César narra la conquista de la Galia (58-51 a. C). Amante como era de la ciencia de la construcción, describe en prosa elegante y clara la construcción de un puente. Gardini concluye que “César nos muestra que la lengua es un puente, un muro, una nave: une, contiene, transporta. Dicho en otras palabras, la lengua es sintaxis: es el ensamblaje de los elementos necesarios para lograr una función determinada que, para César, en este caso, es informar y explicar, midiendo y conquistando todos los territorios de lo decible” (p. 61).
Lucrecio es más bien el maestro del léxico, precisa el significado de cada palabra. La “pietas” es muy importante en la cultura romana. “Es el respeto a los dioses, a los progenitores y a la patria; es la forma más elevada de amor: participación, devoción, esfuerzo, fe”. Pero para Lucrecio –quien niega la existencia de los dioses- la “pietas” es más bien “el culto a la claridad intelectual, a la responsabilidad del juicio, a la intuición segura, no la práctica de ritos cruentos y teatrales “(p. 67). Para Lucrecio, “la vida en el universo se organiza como el lenguaje en un escrito; lo creado es escritura y la escritura es creación. ¡El poema mismo es una imagen del universo a escala reducida! No hace falta decir que una intuición como esta es una de las más sublimes de solo del “De rerum natura”, sino de toda la poesía latina” (p. 73).
Séneca (4 a. C – 65 d. C) ha sido y es uno de los personajes de la historia latina que siempre me ha llamado la atención. Hay un capítulo del libro dedicado a él. Lejos está de ser un pensador cristiano. Para Séneca todo acaba en esta vida, nada de esperas. “Feliz –afirma- es quien sabe ver con claridad, hoy, ahora, su realidad interior, quien conoce exactamente sus necesidades, quien distingue los esencial de lo vano; quien estando solo, sabe estar en compañía de sí mismo. Feliz es quien evita la insatisfacción, la vanidad, la inconstancia, la decepción, el derroche, el tedio, la náusea” (p. 133). Y continúa en ese orden de ideas. Bonito lo que dice, pero irreal. ¿De qué ser humano está hablando? Su optimismo antropológico no es de este mundo. Y en esto, acierta Gardini cuando dice que “Séneca vivió y murió como filósofo. Veía la bajeza y las miserias de las personas y las sufría; pero proclamaba la divinidad del ser humano”. Me quedo con este fragmento de sus “Cartas a Lucilio, 99, 4”: “Créeme, gran parte de aquellos a quienes hemos amado, aunque el azar nos lo haya arrebatado, queda con nosotros; nuestro es el tiempo que ha transcurrido y nada está en un lugar más seguro que aquello que ya ha sido” (p. 139).
“Quien estudia latín –afirma Gardini- debe hacerlo por una razón fundamental: porque es la lengua de una civilización; porque Europa se ha forjado con el latín. Porque en latín están escritos los secretos de nuestra identidad más profunda y queremos poder leer esos secretos” (p. 203). A nuestro alcance está la literatura clásica latina y, más cercana aún, está el latín eclesiástico, más sencillo, pero igualmente bello. Termino con una cita de Robert Spaemann –uno de los grandes filósofos contemporáneos- para quien el siguiente texto del Salmo 17 es la súplica de protección más bella que existe: “Custodi nos Domine ut pupillam oculi. Sub umbra alarum tuarum protege nos (Guárdame como a la niña de tus ojos. A la sombra de tus alas resguárdame”.
Lima, 24 de noviembre de 2019.