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Las edades de la vida tienen su propio ritmo. Se empieza con el llanto del aparecer en la vida, se sigue con la risa, el juego y poco a poco nos vamos abriendo a nuevos intereses y experiencias, hasta llegar a las cosas serias de la vida. Con los años, después de haber pasado por la etapa del león –la propia de la gente joven- que todo lo puede, también se llega a saborear la fragilidad de la condición humana. Comprendemos que solos no lo hacemos, necesitamos de los demás, los nuestros, familiares y amigos; terapia y pastillas. Y llegan, también, los momentos cruciales, aquellos en los que se está más cerca del arpa que de la guitarra, momentos en los que -sin lugar a dudas- nos sabemos enteramente en las manos de Dios. Siempre lo hemos estado, pero estos remezones de la vida, nos llevan a poner la mirada en lo alto, para postrarnos ante el Padre de los vivientes. Sigue leyendo