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“¿Quién soy? es una pregunta humana universal. Sin embargo, es difícil de responder cuando otras preguntas básicas resultan problemáticas o fuera de alcance. ¿Quién es mi hermano? ¿Quién es mi padre? ¿Dónde están mis primos, abuelos, sobrinas, sobrinos y el resto de las conexiones orgánicas que han servido de orientación para la existencia cotidiana de la humanidad hasta nuestros días?”. Esta pregunta la formula Mary Eberstadt en su reciente libro “Gritos primigenios: cómo la revolución sexual creó las políticas de identidad”. Esta es la pregunta de todos los siglos, desde “el conócete a ti mismo” de Sócrates hasta el “¿cómo te llamas?, ¿qué haces?” de ahora.
Las actuales políticas identitarias siguen esta misma lógica orientadas al reconocimiento de grupos o colectivos unidos por un común denominador racial, religioso, étnico, sexual, social cultural. En su origen hay un fondo de injusticia sufrida que explica, en parte, el tono fuerte y, a veces, furioso en que se expresan. Estas agrupaciones identitarias denuncian el desamparo y olvido que encuentran en la sociedad, incapaz de darles el soporte para vivir su singularidad. La tesis de Mary Eberstadt es que las reivindicaciones de estos colectivos expresan un clamor mucho más hondo anidado en la condición social y familiar del ser humano.
Señala la autora que la revolución sexual de los años 60 es el origen próximo de la desarticulación de los elementos configuradores de la identidad personal situada en la familia, portadora de las conexiones humanas más elementales. Desde entonces se ha producido un desmantelamiento de la familia: debilitamiento de la figura del padre y la paternidad, ausencia de hermanos, abandono de la dimensión trascendente de la vida. Dice Eberstadt: “La familia y la religión han sido las formas más usuales de responder a la pregunta ¿Quién soy yo? Y ahora, muchos de los que están menos familiarizados con una u otra ya no saben cómo satisfacer estas exigencias, ni son capaces siquiera de entenderlas como necesidades perennes de nuestra especie”.
La lenta disolución de la familia ha privado a muchísimos del aprendizaje social que allí se genera. No es de extrañar que, entre otras consecuencias, “miles de mujeres jóvenes con la mejor preparación estén siendo lanzadas a la sociedad y al mercado laboral sin ninguna protección. No es una casualidad que cada vez más de estas mujeres estén desprovistas de padres protectores: hombres a quienes pudieran haberse dirigido en momentos problemáticos; hombres que hubieran podido frustrar los planes de acosadores y abusadores; o incluso hombres, o mujeres, que hubieran podido ofrecer un consejo realista de acuerdo con sus experiencias y sugerir que algunos comportamientos podrían ser excesivos y deberían denunciarse”. La familia es el lugar de aceptación incondicional y la fuente del respeto y reconocimiento.
Las políticas identitarias suelen estar asociadas a los círculos de la izquierda política. Eberstadt piensa que de estos cuarteles no vendrá la liberación que proclaman. “La razón es simple –sostiene la autora-: no solo los identitarios, sino también los liberales y progresistas que ahora son anti-identitarios o identitarios escépticos, todos están de acuerdo, al menos hasta ahora, en un mismo punto cardinal: la revolución sexual es un fundamento, y como tal está fuera de los límites de una revisión intelectual, moral y política”. Y aquí es donde se encuentra la madre del cordero. Lo que hemos de rescatar es, nuevamente, la familia y sus nexos de pertenencia en donde hombres y mujeres vuelvan a vivir experiencias armónicas, socialmente sanas y no pobremente sexistas.
“La política identitaria –termina diciendo la autora- no es tanto política como un grito primigenio. Es el resultado de la Gran Dispersión: una dispersión familiar sin precedentes del mundo occidental, que ya lleva sesenta años en desarrollo. La histeria inexplicable de la política identitaria actual no es más que eso: el aullido humano colectivo de nuestro tiempo, elevado por criaturas ineludiblemente comunitarias que intentan desesperadamente identificar a los suyos”. Una vez más, a poco que caminemos, la familia es el lugar al que se vuelve.
Francisco Bobadilla Rodríguez
Lima, 11 de julio de 2020.