En las redes sociales, en el “WhatsApp” estamos acostumbrados a poner el “estado” en el que nos encontramos: ocupado, disponible, durmiendo. En los aviones se nos recuerda que durante el vuelo pongamos el celular en “modo avión”, sin conexión a internet. Me parece que esta costumbre puede ayudarnos a graficar capas más íntimas de la vida, aquellas que definen nuestros latidos existenciales: inquieto, angustiado, sereno, aburrido, alegre, triste, perdido… Me quedo con el primero de la lista: la inquietud.
“Conocer, crear y amar –dice Víctor Andrés Belaunde- no pueden satisfacerse en el plano horizontal”. Y es así porque los seres humanos somos una especie de péndulo pensado, precisamente, para oscilar de un extremo otro hasta alcanzar el centro, nunca fijo, sensible a los cambios de ánimo, al entorno, a los vaivenes de la vida. Inquietos a los veinte años, a los cuarenta, a los sesenta. El dolor de cabeza pasa, la inquietud queda, es una compañera de por vida.
Desazón en el adolescente, insomnio en el papá que no sabe cómo pagar la matrícula de su hijo al día siguiente, incertidumbre ante los resultados de la campaña comercial que iniciamos mañana, anhelo de Ulises para ver a Penélope después de tantos años de ausencia, expectativas de sueldo para el año entrante, incertidumbre de las inversiones ante el panorama político del próximo año, preocupación de Romeo después de la primera cita con Julieta: ¿le caí bien, mal? ¿me quiere, no me quiere? Los ejemplos son interminables. El común denominador es el mismo: inquietud.
Víctor Andrés Belaunde nos recuerda que la inquietud tiene un poco de agonía: “Inquietud en las sombras, inquietud en la luz, inquietud en la duda e inquietud en la fe”. Es una constante de la condición humana con la que hay que aprender a vivir. Lo suyo no es desaparecer. Su vocación es de permanencia. Serenidad y quietud, también. Son los descansos naturales cada cierto tramo de la caminata. Repuestas las fuerzas, vuelta a caminar, los sentidos despiertos, el corazón anhelante y una nueva noche de espera a la hija que tarde en volver de la fiesta.
La angustia, por el contrario, es la inquietud desbocada. Es pura zozobra, callejón sin salida, torbellino insalvable. La inquietud azuza, la angustia perturba. Inquietos, cierto, pero no angustiados.
Lima, 23 de octubre de 2015.