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Nicolás Gómez Dávila (1913-1994) es un intelectual colombiano cuyo pensamiento ha quedado expresado en múltiples aforismos, de lo divino y lo humano. Escribe con la libertad distendida de quien no tiene clientela a la que halagar. Filosofía, política, literatura, historia, humanidades forman el perímetro del campo de sus meditaciones; un perímetro muy amplio, desde luego, recorrido por una mirada entrenada a ver el fondo de las superficies. He disfrutado su “Escolios a un texto implícito (Selección)”. Son breves textos agudos y certeros, unos más que otros me han hecho sonreír. Detrás de cada aforismo hay mucha meditación personal. Se agradece, de otro lado, que Gómez Dávila escriba a pecho descubierto. Políticamente incorrecto, directo y sin rodeos, sin temor a mostrar sus genios y demonios.
Un aforismo dice mucho, pero no lo dice todo. Adelantándose a este reproche, nuestro autor escribe: “Acusar al aforismo de no expresar sino parte de la verdad equivale a suponer que el discurso prolijo pueda expresarla toda”. Se puede escribir mucho y no decir nada o muy poco. En más de una ocasión pretender que en las cosas humanas y divinas ya está todo dicho y que la historia ha terminado, me parece demasiada pretensión. La verdad –o trocitos de ella- puede habitar en textos cortos o largos.
Gómez Dávila escribe pensamientos no eslóganes. Es un aristócrata en todo el sentido de la expresión. Ni burgués ni proletario. Toma distancia de los socialismos y no se siente cómodo con la ideología democrática. Ni conservador, ni progresista. Se define como un reaccionario: “Si el progresista se vierte hacia el futuro y el conservador hacia el pasado, el reaccionario no mide sus anhelos con la historia de ayer o con la historia de mañana. El reaccionario no aclama lo que ha de traer el alba próxima, ni se aferra a las últimas sombras de la noche (…) Ser reaccionario es defender causas que no ruedan sobre el tablero de la historia, causas que no importa perder”. En esto me recuerda a José de la Riva Agüero que, igualmente, se definía como reaccionario.
Entre las tantas ideas que surgen del libro de nuestro autor hay una que hace juego con una intuición a la que vuelvo de continuo. Pienso que es de mala factura pretender explicar la realidad en un silogismo y, peor aún, atrapar el futuro en un plan estratégico. No me preocupa que las empresas hagan y deshagan planeamientos, me preocupa que los directivos se lo crean. Este intento de amarrar el futuro, el profesor Leonardo Polo, lo llamaba querer desfuturizar el futuro, porque, precisamente, lo propio del futuro es lo que está por llegar y sabe Dios lo que llegará. La expresión que solemos utilizar “si Dios quiere” es mucho más cuerda que la seguridad expresada en tantos discursos voluntaristas de algunos directivos del tipo: “equipo, somos los mejores, triunfaremos”. Dice Gómez Dávila: “En la historia es sensato esperar milagros y absurdo confiar en proyectos”. En otro lugar escribe: “Orar es el único acto en cuya eficacia confío”. Suscribo ambos dichos.
Lima, 29 de diciembre de 2019.