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Bernard de Mandeville (1670-1733) escribió en 1714 uno de los textos más famosos del pensamiento político, “La fábula de las abejas o Vicios privados, beneficios públicos”. La narración va así: Érase una vez una colmena rica, aunque la falta de honradez imperaba por doquier. La corrupción en el ejercicio de los cargos era notoria. Los jueces cometían atropellos. Incluso las víctimas, a su vez, engañaban en los negocios. Los comerciantes aumentaban el precio y bajaban la calidad de los productos. Cada abeja buscaba su provecho con desprecio por el derecho del prójimo. Sin embargo, gracias a esta corrupción generalizada, todas gozaban de mucha comodidad cercana al lujo.
Pese al evidente bienestar material, el clamor por el cese de la corrupción no dejaba de clamar al cielo. Los dioses se apiadaron y Júpiter decidió cambiar radicalmente las cosas, al punto de que las cárceles ya no se daban abasto para recibir a los criminales. Las abejas empezaron a llevar un ritmo de vida sobrio, disminuyó el gasto y nadie se endeudaba. Paradojas de la vida, el comercio se vino por los suelos y empezó a extenderse la pobreza. Muchas abejas tuvieron que partir a otras colmenas en busca de sustento y las que quedaron fueron atacadas por mercenarios. En definitiva -termina la sentenciando la fábula- las virtudes privadas dieron como resultado una infinidad de males públicos. Sigue leyendo