Hay preguntas que cada cierto tiempo rondan por nuestras conciencias y nos plantean dilemas éticos delicados: ¿qué debo hacer cuando he de levantar la mano señalando un atropello si eso supone alzarme contra el poder?, ¿callo, paso de largo?, ¿para qué complicarme más la vida? Obrar en conciencia en situaciones sin conciencia ha tenido y tiene un precio cuyo pago exige tener muchísimo temple humano.
Las situaciones lacerantes provocan indignación y deben ser resistidas y corregidas. En una organización sana el ejercicio responsable de la crítica tiene sus cauces y evita que se formen charcos en los entresijos de la empresa. De ahí que si ante una injusticia lo único que queda es morderse los labios de pura impotencia, algo muy malo está pasando en la institución: el poder se ha desbocado. Si todas las instancias organizativas están empapadas de hermetismo y son impermeables a la crítica, ¿quién podrá salvarnos? Parafraseando a un antiguo profesor de origen alemán -con un español balbuceante, pero mucho sentido común-, bien se puede decir que: “poco poder, malo; mucho poder, mucho malo”. No en vano, el sano sentido jurídico de generaciones pasadas vio en la división real de las funciones del poder una buena fórmula para controlar los abusos del mismo.
El temor no es buen consejero y comprime la iniciativa personal. Ni agresión, ni indiferencia, más bien diálogo. Que podamos decir que el rey va desnudo, sin que eso signifique perder honra y sueldo. Hay que romper el círculo vicioso del temor que enmudece al ciudadano y priva al gobernante de voces templadas que ayuden a corregir el funcionamiento de la organización. Hablar, en estos casos, requiere de valor y fortaleza.
El gobernante en una organización pública o privada, por su parte, ha de comprender que no toda diferencia de opinión es enemistad u hostilidad y que el diálogo y la crítica son el camino pertinente para que la organización social no se sature de murmuración o maledicencia que destrozan la consistencia moral de sus miembros. En este nivel, el directivo ha de tener la humildad para saber que puede equivocarse, la valentía para admitirlo y la virtud de la justicia para rectificar y reparar el daño.
Lima, 20 de abril de 2016.