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Platón pensaba que los filósofos eran los llamados a gobernar la ciudad. Su gran preparación los ponía en las mejores condiciones para dirigir a los mortales: labradores, soldados y ciudadanos de a pie. Le parecía, asimismo, que la justicia era darle a cada cual lo que más le convenía, no necesariamente lo que el interesado pedía. Esto no es tan descabellado como podría parecer a primera vista. De hecho una mamá hace algo parecido. Educa a su niño para que aprenda a dominar sus deseos y no se deje llevar por las puras apetencias. Es la diferencia entre el niño caprichoso y el niño bien educado.
Mamá sabe lo que le conviene a su niño y, de ordinario, acierta. ¿Es replicable esta realidad familiar a la empresa? ¿El directivo tiene las competencias necesarias para saber lo que le conviene a su gente y a su organización? ¿Es una suerte de filósofo que sabe lo que sus empleados ignoran? ¿Será que en la empresa se gobierna a eternos niños? Preguntas inquietantes todas que ponen en evidencia la tentación a la que un directivo está expuesto. A falta de otra expresión, y con el perdón de Platón –cuyos “Diálogos” y obra admiro- la llamaré la tentación platónica.
Cada directivo tiene en sus manos la responsabilidad de los frutos de su unidad. Quiere lo mejor para su gente y su empresa, pero que fácil es, asimismo, ceder a la tentación de creer que tiene la visión completa y sabe lo que debe hacerse. Se olvida de lo más elemental: preguntar a su gente. Y el que sabe es el usuario, el que está en la operación, en el detalle del día a día. Cierto, el poder está en el directivo. Sin embargo, de ahí no se sigue que lo sabe todo. Lo adecuado –casi en palabras del Papa Francisco- es salir del propio reducto e ir a las periferias de la empresa. Preguntar, escuchar, rediseñar los planes una y otra vez, involucrar en la deliberación a todos los implicados, dialogar. Proceso largo, laborioso, pero tremendamente fecundo.
Poco hemos avanzado en la empresa si llegamos a la meta en soledad. Podemos decir: objetivo logrado. Lo que no podremos decir es que estamos en una empresa feliz. ¿Romántico? Quizá. Lo prefiero a la tentación platónica.
Lima, 26 de enero de 2016.