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La película “Perfume de mujer” (1992) con Al Pacino, como el teniente coronel Frank Slade, y Chris O`Donnell, como Charlie Simm, la he visto y meditado en varias oportunidades. Frank, de mediana edad, ha quedado ciego y trama un plan de corte hedonista para terminar con su vida: una buena cena, un buen hotel, una mujer en la cama y, luego, pegarse un tiro en la sien. Charlie es un estudiante pobre, becado en una escuela de nivel donde los preparan para postular a Harvard: acompañará a Frank ese fin de semana.
Me quiero fijar en la historia de Charlie. Una noche, Charlie y George Willis son espectadores de una broma de mal gusto que un grupo de sus compañeros traman contra el director de la escuela. Por la información que el director recibe de una dependiente de la escuela, ambos son sindicados como presuntos testigos de los hechos, quien los llama y les conmina a que digan lo que han visto. La situación de Charlie es muy delicada, pues el director le dice que, por su gran rendimiento académico, había pensado recomendarlo para su ingreso directo a Harvard. Si no delataba a sus compañeros perdería la beca y sería expulsado de la escuela.
En buen romance, Charlie es extorsionado por el director: o delatas o te quedas sin escuela y sin beca. La Real Academia de la lengua española define la extorsión como la “presión que se ejerce sobre alguien mediante amenazas para obligarlo a actuar de determinada manera y obtener así dinero u otro beneficio”. En este caso, es una amenaza de expulsión a cambio de que delate a sus compañeros.
Charlie cuenta su dilema al teniente coronel. Su consejo fue: delata. Ya no es tiempo de principios ni de lealtades. Por sentido práctico debería salvar su pellejo y que los otros paguen su fechoría. Llega el día del juicio ante el tribunal de honor de la escuela. George habla y señala a los presuntos autores de la broma. Le toca el turno a Charlie, no habla, calla. Puede más la lealtad. El director pide al comité que se expulse a Charlie. En ese momento interviene Frank. Dice: esta escuela tiene como lema “cuna de líderes”, pues no es así, si expulsan a Charlie, la escuela se convertirá en cuna de soplones. Delatar es muy provechoso, pero no es nada noble –continúa diciendo Frank- Charlie ha escogido el camino de los principios: no maten lo único de nobleza que aún nos queda como herencia para los jóvenes. El jurado absuelve a Charlie, no aceptan que el director lo haya extorsionado.
“Algo huele a podrido en Dinamarca” se dice en el Hamlet de Shakespeare. Pues, también algo huele mal en la llamada lucha jurídica contra la corrupción en nuestro país. El fiscal investiga –y arma con los hechos o indicios el rompecabezas que mejor se adapta al tipo penal elegido-. Sienta en el banquillo a los inculpados con la amenaza de 36 meses de prisión preventiva. El fin es la confesión, el medio intimidante es la prisión. La extorsión se ha legalizado llamándola colaborador eficaz. Y aunque la extorsión se vista de ley, mona se queda.
El soborno es inmoral, la extorsión, también, venga de donde venga: el fin no justifica los medios. Encuentro perversa la figura del colaborador eficaz y se presta a chantaje la figura de la prisión preventiva. La idea de esta última es que el inculpado no huya y no obstaculice la investigación: bien. Pero tiene un efecto perverso: te voy a obligar a confesar con la amenaza de la cárcel, la tortura de ayer es la extorsión de ahora. No veo justicia, veo perversión de la justicia.
Lima, 27 de noviembre de 2018.