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Cuando el miedo asoma a mis puertas pienso, inmediatamente, en aquellas palabras con las que San Juan Pablo II inició su pontificado en octubre de 1978: “¡No tengáis miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo Él lo conoce!”. Entre otras cosas, conoce muy bien nuestro corazón, aquél que abriga sentimientos intensos y nobles de servicio, aspiraciones elevadas y sublimes, amor encendido a Dios y al prójimo; y, también, conoce el corazón agazapado y encogido por el miedo a los demonios que lo merodean y, tantas veces, lo envenenan de sentimientos tóxicos. Transitamos desde el corazón lleno de ánimo, capaz de afrontar problemas y retos; al corazón cabizbajo, paralizado por las tormentas que se alzan en el horizonte existencial de la vida.
Llevamos casi dos años de emergencia sanitaria. Al parecer, esta tercera ola ha tenido menos efectos letales que las dos anteriores entre nosotros. Dos años en los que no han faltado los sustos, apuros y llantos. Para muchos, asimismo, la incertidumbre del momento político, económico, laboral, educativo agranda los temores y oscurece el futuro inmediato. El confinamiento y restricción a la libertad de movimiento han tenido sus propias secuelas. A esto se suman las procesiones que cada cual lleva en el alma. Como se ve, a ojo buen cubero, los motivos para el estrés abundan.
Vuelvo a San Juan Pablo II y no dudo que Cristo conoce todo esto y el impacto que ocasiona en nuestros corazones. Cada cual responde a estos estímulos internos o externos desde su particular temperamento y carácter. Vuelve a resonar a mi memoria las palabras del santo Padre: “abrid de par en par las puertas de vuestra inteligencia, voluntad y corazón a Cristo, no tengáis miedo”. Desde luego, me encantaría no tener miedo y tirar para adelante con ánimo alegre e impulso emprendedor; pero…, y ¿si no me sale?, ¿si el miedo continúa? Ciertamente, el “no tengáis miedo” no es un mantra que, a base de repetirlo muchísimas veces, eliminará todo temor del corazón. Ni mucho menos es una fórmula mágica capaz de convertirnos en un super héroe de ciencia ficción.
El “no temáis” no es un mantra, ni una fórmula mágica, es una oración, una plegaria que el alma fiel dirige a su Dios, padre y madre a la vez: “El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré? / El Señor es el refugio de mi vida: ¿de quién tendré miedo? / Cuando se me acercan malhechores para devorar mi carne, mis opresores y enemigos, ellos tropiezan y caen. / Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no teme. Aunque se levante contra mí la guerra, me siento seguro (…) / Espera en el Señor, sé recio, que se reanime tu corazón. ¡Espera en el Señor!” (Salmo 27).
La reciedumbre, la fortaleza de ánimo, la perseverancia son dones que nos vienen del cielo para anidar en el alma del orante. Dones que requieren de la propia colaboración, dado que la gracia no sustituye a la condición humana. En otras palabras, el “no temáis” tiene de gracia del cielo y de esfuerzo humano: la fortaleza del cristiano es fortaleza prestada. El voluntarismo (somos un equipazo), el estoicismo (se fuerte y no te quejes), el pesimismo (si para sufrir hemos nacido, suframos nomás) son insuficientes para vivir esperanzados y serenamente alegres en tiempos de aguas agitadas.
El término del año se aproxima. Hay logros, metas cumplidas. También hemos dejado la piel a jirones en no pocas ocasiones. El balance de fin de año tiene activo y pasivo. Quisiéramos que la última línea salga en azul, con saldo positivo. Si no es así, vuelta a empezar y a poner un renovado empeño para remontar la línea roja del déficit. ¿Cerramos los ojos como si no pasara nada? Qué va. Miramos nuestro entorno tal cual es, con sus amenazas y oportunidades. Abrimos el corazón de par en par para dejar que la fe, la esperanza y la caridad inunden el alma. El Niño Dios nacerá en unos días. Nos hacemos fuertes en la familia y al lado de la Sagrada Familia. El amor puede más que el temor y, más bien, nos llenamos de agradecimiento ante este nuevo inicio que se abre en cada nacimiento. La vida no es fácil, cierto, pero, como las aguas, sabe abrirse paso entre los montes agrestes.
Francisco Bobadilla Rodríguez
Lima, 8 de diciembre de 2021.