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La Universidad de Piura acaba de nombrar profesor emérito a Max Maeda, justo a los 50 años de su permanencia en esta casa de estudios, en donde cursó la carrera de Ingeniería Industrial y luego continuó como profesor hasta la fecha. Max, no cabe duda, es un profesor emblemático de la Udep. Me une con él la vinculación al claustro docente de esta universidad y una larga amistad que empezó hacia finales de 1975. Él era un joven profesor de ingeniería de la Udep y yo un alumno del primer año de Derecho en la Universidad Pedro Ruiz Gallo de Chiclayo. Nos presentó un común amigo, el Padre José Alarcón, sacerdote de la diócesis de Chiclayo.
Debo a Pepe Alarcón y a Max Maeda el descubrimiento del cristianismo como un encuentro personal con Jesucristo. El mensaje católico ya lo tenía bastante claro, lo que Max me enseñó fue el tránsito del mensaje a la vivencia, de la fe a la vida de fe. El encuentro con Max me abrió el horizonte trascendente de mi vocación profesional y de mi labor como docente, algunos años después. Apurando las cosas, mi vocación al Opus Dei se abrió camino en mi vida gracias a la amistad sincera con Max, quien me ayudó a comprender la importancia de cultivar la inteligencia, la vida interior, el trato personal con Dios, de tal modo que lo humano y lo divino comparezcan amigablemente en las circunstancias más prosaicas de los quehaceres diarios. Ya solo por esto, mi gratitud con Max, es grandísima.
Hay diversas facetas en la amistad con Max. Él ha sido un buen deportista: fútbol, fulbito, tenis. En cambio, a mí, el deporte no es algo que me atrajera. El poco que empecé a practicar en mi época universitaria y hasta hace algunos años se lo debo a Max. No he tenido su destreza, pero empecé a jugar fulbito, basket, frontón y a trotar. De regular y del montón no he pasado, pero qué bien le viene al cuerpo y al alma mantener la práctica habitual del deporte. También, Max le daba a la guitarra. En cuántas reuniones en Piura y Lima, en los Centros Culturales Tallanes, Los Llanos, El Sama, Larboleda… hemos tenido deliciosas tertulias musicales, a ritmo de la guitarra y la voz de Max. Mi repertorio criollo es de aquella época juvenil, al igual que los boleros, las canciones de San Remo y el pop latino de los ochenta.
De las cualidades que admiro en Max es su capacidad para cultivar las relaciones interpersonales. Verlo en la universidad en conversaciones de asesoría con sus alumnos, en diálogo con sus colegas, en encuentros con egresados, me abrió al horizonte amplísimo de los diversos rostros y tiempos de la amistad. Una amistad de contenidos, por cierto, de aquella a la que se refieren los clásicos latinos como Cicerón, Séneca; es decir una amistad que busca el crecimiento en las virtudes. Amistad abnegada, sostenible en el tiempo. Max no ha llegado al millón de amigos, pero sí a muchos centenares de ellos, más reales que los seguidores que tenemos en las redes sociales.
Entre los amigos hay admiración, afinidad, gratitud y gratuidad. Los amigos se eligen. Asimismo, con los amigos se está bien, se está a gusto. Con Max hay de todo esto y agradezco tenerlo entre mis amigos: un fuerte abrazo, Max. A la primera que se pueda, nos juntamos para celebrar: chifles, ceviche, una buena cerveza y si te queda, todavía, la botella de pacharán, una copita para la sobremesa.
Francisco Bobadilla Rodríguez
Lima, 18 de octubre de 2023.