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Empecé a leer a Alexandr Solzhenitsin (1918-2008) a finales de los años 70, durante mi formación universitaria. Comencé con “Un día en la vida de Iván Denísovich”, una breve narración de los campos de concentración en la Unión Soviética, siguió “Archipiélago Gulág”, “El Primer Círculo”… Sigo releyendo sus ensayos y discursos. Me sigue resonando en la memoria una idea que se repite de continuo en su obra: decir la verdad, mostrar la verdad. Sus novelas/reportajes muestran el horror de los campos de concentración del comunismo soviético. Sus personajes caen destrozados por la maquinaria militar al servicio del poder. Me he referido a algunos de sus escritos en otras oportunidades. Ahora,quiero volver sobre su célebre discurso en Harvard el 8 de junio de 1978, un poco más de cuarenta años atrás. Lo sigo encontrando agudo, actual, valiente.
El discurso en cuestión está en la línea de sus libros “Alerta a Occidente” y “El error de Occidente”. Su pluma se orienta a poner en sobre aviso a los líderes del deterioro de la cultura occidental. Muy mal la Unión Soviética, desde luego, “pero si alguien me preguntara –afirma Solzhenitsin- en cambio, si yo propondría a Occidente, tal como es en la actualidad, como modelo para mi país, francamente respondería en forma negativa. No. No recomendaría vuestra sociedad como un ideal para la transformación de la nuestra. A través de profundos sufrimientos, las personas en nuestro país han tenido un desarrollo espiritual de tal intensidad que el sistema occidental, en su presente estado de agotamiento, ya no aparece como atractivo”.
¿Y qué echa en falta en la cultura occidental el premio Nobel? En nuestra sociedad con una hipersensibilidad a las preguntas, perdida muchas veces en divagaciones, donde la verdad queda a merced del consenso fuera el que fuere; el comentario de Solzhenitsin es lapidario, pues lo que no encuentra es valentía. Dice: “la merma de coraje puede ser la característica más sobresaliente que un observador imparcial nota en Occidente en nuestros días. El mundo Occidental ha perdido en su vida civil el coraje, tanto global como individualmente, en cada país, en cada gobierno, cada partido político y por supuesto en las Naciones Unidas”. Duro comentario, pero certero, pues hace falta mucho coraje para comprarse un pleito, para ser auténtico, defender unos principios, resistir a la presión mediática o estar por encima de las encuestas de opinión.
Comenta el pensador ruso que en la Unión Soviética no existía el imperio de la ley, pero –continúa diciendo- “una sociedad sin otra escala que la legal tampoco es completamente digna del hombre. Una sociedad basada sobre los códigos legales, y que nunca llega a algo más elevado, pierde la oportunidad de aprovechar a pleno todo el rango completo de las posibilidades humanas. Un código legal es algo demasiado frío y formal como para poder tener una influencia beneficiosa sobre la sociedad. Siempre que el fino tejido de la vida se teje de relaciones juridicistas, se crea una atmósfera de mediocridad moral, que paraliza los impulsos más nobles del hombre”. Sin espíritu de la ley y sin hombres y mujeres con un hondo sentido prudencial del derecho, queda abierto el camino a las componendas o al abuso del derecho.
En la raíz de este debilitamiento de la cultura de Occidente, Solzhenitsin encuentra el antropocentrismo nacido de la buena simiente del Humanismo, pero que derivó en un creciente individualismo cada vez más centrado en los deseos y los derechos, opacando el cumplimiento de los deberes y del sentido de responsabilidad en el ejercicio de la libertad. Esta antropología “angelical” lleva a concepciones laxas de la ética, cada vez más indefensa para discernir el mal del bien. “El sesgo de la libertad hacia el mal –sostiene el pensador ruso- se ha producido en forma gradual, pero evidentemente emana de un concepto humanista y benevolente según el cual el ser humano – el rey de la creación – no es portador de ningún mal intrínseco y todos los defectos de la vida resultan causados por sistemas sociales descarriados que, por consiguiente, deben ser corregidos”. El ser humano no quiere ver la malicia que anida en su corazón y espera su salvación de las mejoras sociales. El esfuerzo se pone en los sistemas y se renuncia a todo esfuerzo de conversión personal.
De Solzhenitsin admiro, principalmente, el coraje que siempre mostró para decir y mostrar la verdad. Criticó la falta de humanidad del sistema soviético, afincado en la mentira y la complicidad de quienes la sostenían. Agradeció la acogida que recibió en Occidente y, al mismo tiempo, señaló el desvarío de su cultura al renegar de sus raíces cristianas y humanistas.
Lima, 21 de julio de 2019.