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El caso judicial del cardenal australiano George Pell es bien conocido. En la red se puede encontrar información de todo el proceso penal. Nombrado por el Papa Francisco como prefecto de la Secretaría para la Economía del Vaticano, renuncia al cargo y regresa voluntariamente a Australia, Melbourne, para enfrentar la acusación por la comisión de “delitos históricos de agresión sexual”. El 27 de febrero de 2019 es encarcelado con prisión preventiva y el 13 de marzo, por sentencia de primera instancia, el prelado australiano comenzó lo que podrían ser seis años de prisión efectiva. Fueron trece meses de privación de la libertad hasta que el Tribunal Supremo de Australia revocara la sentencia, declarándole inocente (7 de abril de 2020).
Durante su prisión escribió un diario día a día. Ha sido publicado en tres tomos en inglés. El primer tomo está traducido al español (“Diario en prisión. El cardenal recurre la sentencia”. Palabra, 2021). El género diarios y memorias lo frecuento regularmente y este diario en prisión me ha resultado familiar. Quien más, quien menos, en estos dos años de crisis sanitaria, sabe de confinamiento, cuarentenas preventivas, aislamientos, convalecencias, temores, sufrimientos… Mi padre fue juez instructor y fiscal superior de carrera. En alguna de las conversaciones que tuve con él sobre su oficio, me comentaba que en los dictámenes fiscales o en las sentencias judiciales se ponía en juego la libertad personal, el patrimonio, el honor personal y familiar, etc. del encausado. En este caso, fueron trece meses de prisión hasta la revocación de la sentencia, vividos día a día, con hondo sentido sacerdotal bajo el amparo de la Virgen, sin ahorrársele las penas, sufrimientos y humillaciones propias de esta situación. Aislamiento, soledad, olvido, indiferencia es muy duro.
Recibió centenares de cartas de todo el mundo animándole a sobrellevar la prisión, apoyándole con oraciones y sacrificios. No hay rencor contra sus acusadores, jueces, personal de la prisión, perseguidores. En cada entrada del diario cuenta la rutina de cada día, su vida de piedad, preocupaciones, carencias, perplejidades; sus lecturas, sus opiniones sobre la Iglesia y el momento actual. No puede celebrar la Santa Misa y la sigue por TV. Se nutre espiritualmente de los textos de su breviario. Encuentra sintonía con aquellos pasajes de las Sagradas Escrituras y de los Padres de la Iglesia que hacen más juego con su situación existencial. Al término de cada día escribe alguna oración propia o de terceros. Las encuentro especialmente iluminadoras para esos momentos de tribulación que no faltan en la vida. Por ejemplo, ésta: “Dios Padre, ayúdanos siempre a ser personas de esperanza cristiana, incluso cuando, humanamente hablando, la situación parezca desesperada. Que siempre creamos en la Resurrección, así como en la crucifixión, y que la promesa de vida eterna contigo, con tu Hijo y con el Espíritu dador de vida nos sostengan”.
En horarios establecidos, puede recibir visitas de sus familiares, amigos. También, tiene acceso a un pequeño patio para caminar. Es el momento para ver el cielo y algo de espacio abierto. Le permiten tener seis libros por vez y recibir diarios y alguna revista. Disfruta de “La Guerra y la Paz” de Tolstoi. Cada vez que lo requiere, vuelve a la primera carta de San Juan, una de sus preferidas. Acude con frecuencia a oraciones y textos de San Agustín, Santa Teresa de Jesús, Santo Tomás Moro, en particular, aquellos que escribió durante su prisión en la Torre de Londres. Conoce muy bien a los escritores ingleses de finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX: San John Henry Newman, Gerard Manley Hopkins, Ronald Knox, Chesterton, Benson… Especial consuelo encuentra en las oraciones de Santa Edith Stein y la Madre Teresa de Calcuta. He aquí un texto de Newman: “Guíame, Señor, mi luz, en las tinieblas que me rodean, ¡guíame hacia delante! La noche es oscura y estoy lejos de casa: ¡guíame Tú! ¡Dirige Tú mis pasos! No te pido ver claramente el horizonte lejano: me basta con avanzar un poco”.
Las fiestas litúrgicas que se suceden durante su confinamiento lo acompañan y son cual filtro que limpia las impurezas del alma. Su trato con la Virgen lo sostiene. Escribe: “Mi devoción mariana preferida es el Acordaos… Generalmente, cuando se me pide que rece por algo, suelo decir que ofreceré la Misa por esas intenciones. Como en las cárceles australianas esto es imposible, rezo de inmediato un Memorare (Acordaos) nada más recibir esa petición, añadiéndola a mi sobrecargada lista de plegarias”. Y así termino este artículo pidiéndole a la Virgen María, Consuelo de los afligidos, “que no deseche nuestras súplicas, antes bien que las escuche y acoja benignamente”.
Francisco Bobadilla Rodríguez
Lima, 28 de diciembre de 2021