San Juan Pablo II estuvo en Piura en febrero de 1985, tiempo después del fenómeno del Niño de 1983. Al inicio de su mensaje nos habló de las “huellas del sufrimiento causado por las catástrofes naturales que destruyeron viviendas, cosechas…, vías de comunicación provocando indecibles dificultades a tantas familias y destruyendo el fruto de largos años de fatigas”. Su visita fue “un signo de solidaridad y aliento para no dejarnos abatir en la desgracia, sino a sacar de ella razones de esperanza, de mutuo apoyo y voluntad de reconstruir lo perdido”.
Paso ahora a la imagen de Juan Pablo II en los últimos meses de su pontificado hasta su muerte en abril de 2005. Veinte años después de su visita a Piura estaba gastado. Su cuerpo estaba muy fatigado, difícilmente se le entendía. El amigo de los jóvenes, capaz de sintonizar y reír con ellos, tenía ya el ánimo opacado. Su vida se apagaba y al mismo tiempo crecía su grandeza. No era ni el cuerpo ni el alma lo que lo sostenía, era el espíritu, síntesis de tiempo y eternidad, de tierra y de cielo.
Pienso en nuestra querida Piura y no puedo dejar de asociar ambas imágenes de San Juan Pablo II al reto de la reconstrucción que reposa en los hombros de los piuranos. Será necesario mucho empeño, medios materiales, buen ánimo, pero sobre todo es tiempo de espíritu, que jale del cuerpo y alma fatigados. Levantar a Piura será un esfuerzo de largo aliento.
Dinero, proyectos hidráulicos, rediseño de las ciudades, hospitales, planes urbanísticos, cálculo, sumas y restas. Honradez y buenos técnicos. Todo esto necesitaremos, pero –me parece- que será, asimismo, tiempo de espíritu que anime e inspire y sepa seguir adelante a pesar de los obstáculos, el cansancio, las demoras y las desilusiones. Quizá, por esto mismo, lo que sigue es tiempo de liderazgo que anida en el espíritu luchador de cada piurano.
Ni los presupuestos, ni el cálculo, ni las arengas bastan. Se alza un temor natural ante el camino arduo y la inmensidad del reto. Precisamente, en estos momentos resulta más atinado unirse a las razones de esperanza que San Juan Pablo II nos deseó. Tiempo de fortaleza y de esperanza cristiana ante la perenne posibilidad del milagro, en feliz expresión de Chesterton.
Lima, 17 de Abril de 2017.