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Este año es un doble aniversario para la memoria del escritor e historiador ruso Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008): cien años de su nacimiento en diciembre, diez años de su muerte en agosto. Solzhenitsyn llamó la atención de los horrores del Gulag soviético y alertó a Occidente del cáncer del totalitarismo comunista (Alerta a Occidente, El error de Occidente). Su gran arma fue mostrar la “verdad” de la historia rusa y desvelar la mentira sobre la que se sostenía la dictadura soviética, con los millones de muertos que supuso tan horrendo proyecto.

Cuando cayó el Muro de Berlín (1989) y se deshizo el imperio soviético, Solzhenitsyn regresó a Moscú y publicó dos pequeñas historias recogidas ahora en un volumen: “Ego” seguido de “En el filo” (Barcelona, 2016). La primera narración “Ego” es fascinante, con el estilo parco y sobrio de aquel otro texto “Un día en la vida de Ivan Desinovich”. Ego, un cooperativista, cuenta la rebelión de Tambov una de los mayores levantamientos de campesinos contra los bolcheviques. Campesinos, rebeldes y cosacos caen exterminados por el Ejército Rojo.

“Pável Vasílievich Éktov (Ego) siempre había permanecido unido a los campesinos, a sus padecimientos, su concepción de la vida y su sentido de la frugalidad (las botas para la Iglesia; las alpargatas para ir al pueblo, y los pies descalzos para arar. Y ahora ese corazón sufría lo indecible por la insensata ruina del campo: los bolcheviques habían saqueado los pueblos de Tambov (y cada aprovechado instructor o inspector de turno robaba más que el anterior)”.

Destaca el hondo sentido de familia de los “mujiks” (campesinos pobres). Ego sabe que la familia es goce y también dolor: “hay que tener una herradura en vez de corazón para no estremecerse por los seres queridos cuando los pueden estar destrozando unas malditas garras”. A este dilema de conciencia se tiene que enfrentar cuando cae en manos del Ejército Rojo: delatar a los rebeldes o sacrificar a su familia. “¿Había alguien o algo en el mundo de lo que se sintiese más responsable que de ellas? Eran toda su vida. ¿Entregárselas él? A Polina le pegarían un tiro. Y a Marinka, su hija, tampoco la perdonarían. ¿Y si con ello salvaba a los campesinos? Pero los rebeldes ya habían sido derrotados –se decía a sí mismo para aquietar su conciencia-. Y se rindió, sería un traidor, se odiaba a sí mismo… ¡El dolor de Judas en la mano ¿Quién puede comprender tal tormento si no lo ha experimentado personalmente?”.
Y como Ego muchísimos más. Los bolcheviques los tenían agarrados por la familia. Me pongo en el lugar de Ego. Es dolorosísimo actuar en contra de la conciencia: delatar o ver morir a su familia. Poner a una persona en un dilema tal es de suma crueldad. Humillar a un ser humano es abominable, pero es aún más cruel doblegar la conciencia de una persona con el chantaje: queda anulada en su dignidad.

¿Las atrocidades del experimento soviético se debieron a la demencia de Stalin? Me parece que no, la historia de la revolución bolchevique es consecuencia del desatino radical de la ideología marxista.

Lima, 8 de febrero de 2018